Esteban Hernández.- 25/04/2009 06:00h
Lo que yace bajo las declaraciones de Aznar de esta misma semana, en las que apostaba por la eliminación del subsidio de desempleo, es una visión de la sociedad occidental extendida en ciertos sectores conservadores, según la cual nos habríamos malacostumbrado a vivir de un Estado demasiado protector. Así, sus medidas de cobertura social estarían generando ciudadanos indolentes que prefieren vivir del cuento antes que buscar trabajo. Y, según esas corrientes de opinión, serían tales personas las que estarían en la génesis de la crisis, en tanto no serían más que otra expresión de los males contemporáneos: la falta de esfuerzo, la tendencia al hedonismo, el no reconocimiento de la autoridad. Por eso hubo quienes creyeron que podían pedir créditos sin tener que devolverlos, quienes pensaron que podían mantener gratis su elevado nivel de gasto. Igualmente, hubo ejecutivos que, sabiendo las consecuencias para el conjunto financiero y social que iban a causar sus decisiones, sólo se fijaron en el tamaño de sus bonus. De modo que la crisis económica no sería otra cosa que la consecuencia última de una sociedad acostumbrada a las satisfacciones inmediatas y a la ausencia de responsabilidad.
Así es para el profesor Ignacio Sánchez Cámara, catedrático de filosofía del derecho de la Universidad de A Coruña, quien subraya que, más allá de los abusos financieros que están en la base de esta crisis, “hay un problema profundo, que afecta a la cultura europea y occidental desde hace décadas, y es el de su modelo moral, en el que ahora predominan el relativismo y el hedonismo”. Coincide en el diagnóstico el diputado del PPJosé María Lasalle, quien señala como un síntoma evidente de ese decaimiento moral el hecho de que la cultura democrática actual “se haga girar exclusivamente sobre la teoría de los derechos. Cuando el presidenteZapatero sostiene que la sociedad española ha avanzado mucho se refiere a que ha progresado en el ejercicio de sus derechos. Pero una sociedad precisa también deberes. Para que el ejercicio de la libertad sea responsable se requiere que la persona asuma obligaciones consigo mismo y para con la sociedad”. Y que, además, las instituciones políticas y económicas sigan ese mismo camino y se muevan dentro de unos límites marcados, algo que, asegura Lasalle, no está ocurriendo. El resultado final de tanta irresponsabilidad es un entorno en el que “el deber se ha erosionado, el ejercicio de la autoridad se ha vuelto más frágil y en el que se ha debilitado la ejemplaridad”.
Mal ejemplo de las figuras públicas
Y ese es otro de los principales problemas de nuestro tiempo, ya que sus figuras más significativas han dejado de ser modelos a los que seguir: en lugar de auparse en el escalafón social a causa de sus méritos, quienes ocupan los lugares más visibles de nuestra sociedad no nos muestran cualidades positivas, sino que se limitan a hacer una mera exhibición del lujo y del poder. Como subraya Sánchez Cámara, es muy importante que “quienes ocupan puestos claves den buen ejemplo. Y no es que ahora no lo den, es que son ejemplares en el sentido negativo”.
Y es que esa degradación en la calidad de las figuras públicas no es sólo producto de la telebasura, sino que alcanza más allá de las celebrities. Como señala Lasalle, estamos viviendo en un “capitalismo del espectáculo en el que se hiperdimensionan los aspectos de menor peso moral e intelectual”. El resultado final es una perniciosa imagen del éxito, muy alejada de la de décadas anteriores: “el capitalismo, a través de su unión con la ética protestante, exigía del hombre de éxito una modestia en la proyección de sus atributos que hoy se ha perdido”. En definitiva, hemos pasado “del esfuerzo, del mérito y del trabajo como elementos condicionantes del triunfo a un contexto en el que sólo se reconocen el beneficio y la ganancia rápida y astuta”.
Actitudes que han erosionado en gran medida las instituciones comunes y que serían las causas últimas del contexto de crisis en el que nos movemos. Y en la medida en que esos valores ya no están presentes como referente último de una sociedad, habrían aparecido actores aislados y poderosos que con sus malas acciones habrían acabado dañando el conjunto. Pero eso no significa que el sistema sea en sí deficiente sino que, como afirma Sánchez Cámara, nos recuerda que “el mal siempre existirá y que el poder tiende por norma abusar; lo importante es conseguir dificultar o impedir tales comportamientos”. De ahí la importancia de imponer límites firmes.
Sin embargo, hay otra lectura, la acogida por la izquierda, que niega que estemos ante una crisis de valores. El problema es la incapacidad del conjunto para dotar de estabilidad a una sociedad en lo que sus actores más poderosos han cooptado la democracia parlamentaria liberal en su beneficio. Estaríamos, pues, ante una crisis de sistema. Esa es la lectura que extrae el profesor de ciencias políticas de la Universidad Complutense Jorge Verstrynge, para quien esta inculpación de actores aislados no sería más que una estrategia destinada a encubrir la falta de fundamentos del orden actual: “el sistema capitalista, sobre todo en su versión neoliberal, legitima la explotación descalificando sus excesos. De vez en cuando sanciona a alguien que ha ido demasiado lejos, como ha ocurrido ahora con Lehman Brothers, pero sólo para hacer creer que el sistema funciona bien”.
Para Verstrynge, la crisis no tiene nada que ver con consumidores ávidos de gastar que no se preocupan de las consecuencias de sus acciones, sino con el deterioro del empleo y de los salarios. “Si deslocalizas, puede que algunos empresarios ganen dinero, pero la masa salarial se contrae, creas paro y deprimes la demanda. Y, al final, la única posibilidad para la gente normal de adquirir bienes es recurrir a un endeudamiento creciente. Ahora mismo, las familias estadounidenses ya no ahorran nada de nada, porque no pueden”. En ese contexto, lo excesivo no ha sido el número de créditos solicitados, sino los riesgos que se tomaron al concederlos. Por eso no se puede responsabilizar ahora a quienes se endeudaron, “que son culpables, pero son sólo uno de los tres responsables. Las empresas hicieron lo que no debían y los gobiernos permitieron ese tipo de prácticas con la diferencia añadida de que ambos sabían lo que se venía encima”. Y en lugar de evitar los riesgos, incitaron al consumo: “la gente ha adoptado los valores que le han dejado adoptar”.
Sin embargo, Sánchez Cámara niega que tales disfunciones impliquen la necesidad de transformar radicalmente el sistema: “del mismo modo que nadie cuestiona la validez de la democracia porque se produzcan casos de corrupción, tampoco parece necesario volver del revés el sistema económico porque hayan fallado los controles. No creo que haya que refundar el capitalismo”. Abunda en esa dirección José María Lasalle, para quien más que cambiar de sistema, deberíamos regresar a los fundamentos del capitalismo, esos que apostaban por la existencia de límites económicos y morales. “El capitalismo no es especulativo y el beneficio inmediato nunca ha formado parte de su lógica. Cuando Locke fundamenta la propiedad lo hace a través del trabajo, que poseía una dimensión religiosa y moral en sus orígenes”. Lo esencial, en su opinión, es recuperar los valores de esfuerzo, mérito y trabajo; en la de Verstrynge, sin embargo, la solución no tiene que ver con los valores, sino con la toma de medidas nacionales e internacionales que cambien un sistema que no funciona.
Lo que yace bajo las declaraciones de Aznar de esta misma semana, en las que apostaba por la eliminación del subsidio de desempleo, es una visión de la sociedad occidental extendida en ciertos sectores conservadores, según la cual nos habríamos malacostumbrado a vivir de un Estado demasiado protector. Así, sus medidas de cobertura social estarían generando ciudadanos indolentes que prefieren vivir del cuento antes que buscar trabajo. Y, según esas corrientes de opinión, serían tales personas las que estarían en la génesis de la crisis, en tanto no serían más que otra expresión de los males contemporáneos: la falta de esfuerzo, la tendencia al hedonismo, el no reconocimiento de la autoridad. Por eso hubo quienes creyeron que podían pedir créditos sin tener que devolverlos, quienes pensaron que podían mantener gratis su elevado nivel de gasto. Igualmente, hubo ejecutivos que, sabiendo las consecuencias para el conjunto financiero y social que iban a causar sus decisiones, sólo se fijaron en el tamaño de sus bonus. De modo que la crisis económica no sería otra cosa que la consecuencia última de una sociedad acostumbrada a las satisfacciones inmediatas y a la ausencia de responsabilidad.
Así es para el profesor Ignacio Sánchez Cámara, catedrático de filosofía del derecho de la Universidad de A Coruña, quien subraya que, más allá de los abusos financieros que están en la base de esta crisis, “hay un problema profundo, que afecta a la cultura europea y occidental desde hace décadas, y es el de su modelo moral, en el que ahora predominan el relativismo y el hedonismo”. Coincide en el diagnóstico el diputado del PPJosé María Lasalle, quien señala como un síntoma evidente de ese decaimiento moral el hecho de que la cultura democrática actual “se haga girar exclusivamente sobre la teoría de los derechos. Cuando el presidenteZapatero sostiene que la sociedad española ha avanzado mucho se refiere a que ha progresado en el ejercicio de sus derechos. Pero una sociedad precisa también deberes. Para que el ejercicio de la libertad sea responsable se requiere que la persona asuma obligaciones consigo mismo y para con la sociedad”. Y que, además, las instituciones políticas y económicas sigan ese mismo camino y se muevan dentro de unos límites marcados, algo que, asegura Lasalle, no está ocurriendo. El resultado final de tanta irresponsabilidad es un entorno en el que “el deber se ha erosionado, el ejercicio de la autoridad se ha vuelto más frágil y en el que se ha debilitado la ejemplaridad”.
Mal ejemplo de las figuras públicas
Y ese es otro de los principales problemas de nuestro tiempo, ya que sus figuras más significativas han dejado de ser modelos a los que seguir: en lugar de auparse en el escalafón social a causa de sus méritos, quienes ocupan los lugares más visibles de nuestra sociedad no nos muestran cualidades positivas, sino que se limitan a hacer una mera exhibición del lujo y del poder. Como subraya Sánchez Cámara, es muy importante que “quienes ocupan puestos claves den buen ejemplo. Y no es que ahora no lo den, es que son ejemplares en el sentido negativo”.
Y es que esa degradación en la calidad de las figuras públicas no es sólo producto de la telebasura, sino que alcanza más allá de las celebrities. Como señala Lasalle, estamos viviendo en un “capitalismo del espectáculo en el que se hiperdimensionan los aspectos de menor peso moral e intelectual”. El resultado final es una perniciosa imagen del éxito, muy alejada de la de décadas anteriores: “el capitalismo, a través de su unión con la ética protestante, exigía del hombre de éxito una modestia en la proyección de sus atributos que hoy se ha perdido”. En definitiva, hemos pasado “del esfuerzo, del mérito y del trabajo como elementos condicionantes del triunfo a un contexto en el que sólo se reconocen el beneficio y la ganancia rápida y astuta”.
Actitudes que han erosionado en gran medida las instituciones comunes y que serían las causas últimas del contexto de crisis en el que nos movemos. Y en la medida en que esos valores ya no están presentes como referente último de una sociedad, habrían aparecido actores aislados y poderosos que con sus malas acciones habrían acabado dañando el conjunto. Pero eso no significa que el sistema sea en sí deficiente sino que, como afirma Sánchez Cámara, nos recuerda que “el mal siempre existirá y que el poder tiende por norma abusar; lo importante es conseguir dificultar o impedir tales comportamientos”. De ahí la importancia de imponer límites firmes.
Sin embargo, hay otra lectura, la acogida por la izquierda, que niega que estemos ante una crisis de valores. El problema es la incapacidad del conjunto para dotar de estabilidad a una sociedad en lo que sus actores más poderosos han cooptado la democracia parlamentaria liberal en su beneficio. Estaríamos, pues, ante una crisis de sistema. Esa es la lectura que extrae el profesor de ciencias políticas de la Universidad Complutense Jorge Verstrynge, para quien esta inculpación de actores aislados no sería más que una estrategia destinada a encubrir la falta de fundamentos del orden actual: “el sistema capitalista, sobre todo en su versión neoliberal, legitima la explotación descalificando sus excesos. De vez en cuando sanciona a alguien que ha ido demasiado lejos, como ha ocurrido ahora con Lehman Brothers, pero sólo para hacer creer que el sistema funciona bien”.
Para Verstrynge, la crisis no tiene nada que ver con consumidores ávidos de gastar que no se preocupan de las consecuencias de sus acciones, sino con el deterioro del empleo y de los salarios. “Si deslocalizas, puede que algunos empresarios ganen dinero, pero la masa salarial se contrae, creas paro y deprimes la demanda. Y, al final, la única posibilidad para la gente normal de adquirir bienes es recurrir a un endeudamiento creciente. Ahora mismo, las familias estadounidenses ya no ahorran nada de nada, porque no pueden”. En ese contexto, lo excesivo no ha sido el número de créditos solicitados, sino los riesgos que se tomaron al concederlos. Por eso no se puede responsabilizar ahora a quienes se endeudaron, “que son culpables, pero son sólo uno de los tres responsables. Las empresas hicieron lo que no debían y los gobiernos permitieron ese tipo de prácticas con la diferencia añadida de que ambos sabían lo que se venía encima”. Y en lugar de evitar los riesgos, incitaron al consumo: “la gente ha adoptado los valores que le han dejado adoptar”.
Sin embargo, Sánchez Cámara niega que tales disfunciones impliquen la necesidad de transformar radicalmente el sistema: “del mismo modo que nadie cuestiona la validez de la democracia porque se produzcan casos de corrupción, tampoco parece necesario volver del revés el sistema económico porque hayan fallado los controles. No creo que haya que refundar el capitalismo”. Abunda en esa dirección José María Lasalle, para quien más que cambiar de sistema, deberíamos regresar a los fundamentos del capitalismo, esos que apostaban por la existencia de límites económicos y morales. “El capitalismo no es especulativo y el beneficio inmediato nunca ha formado parte de su lógica. Cuando Locke fundamenta la propiedad lo hace a través del trabajo, que poseía una dimensión religiosa y moral en sus orígenes”. Lo esencial, en su opinión, es recuperar los valores de esfuerzo, mérito y trabajo; en la de Verstrynge, sin embargo, la solución no tiene que ver con los valores, sino con la toma de medidas nacionales e internacionales que cambien un sistema que no funciona.