En un magistral relato titulado La línea de sombra, Joseph Conrad traza una parábola sobre el liderazgo. Para Conrad, todo marino que se precie anhela ser capitán de barco. Por lo menos ése era su caso. En veinte años de carrera para la marina mercante británica, Conrad sólo alcanzó su anhelo en una ocasión, cuando tenía treinta y un años. En La línea de sombra utiliza material autobiográfico para narrar el cambio que produce en una persona la primera experiencia de mando en situaciones especialmente adversas.
Publicado el 01-02-2010 en Expansión y Empleo
El protagonista es un joven marino a quien inesperadamente se le brinda su primera oportunidad de mandar un barco cuyo capitán ha fallecido en extrañas circunstancias, y que debe traer desde Bangkok. De repente ve cómo su sueño, que esperaba alcanzar después de una larga carrera, se le presenta como por encanto. Descubre entonces hasta qué punto se siente un marino y cómo se puede llegar a tener una devoción casi física por un barco, su barco que aún no conoce. Se le abren todas las posibilidades de gloria que el mar puede ofrecer a un capitán.
La realidad que se le presenta al llegar al barco resulta muy diferente. Poco a poco va descubriendo cosas: el anterior capitán había enloquecido e intentó inmolarse a bordo sacrificando el barco y su tripulación. El segundo oficial, que se hizo cargo del barco en la caótica situación anterior, esperaba haber sido elegido como nuevo capitán. Ya en ruta, se propaga una epidemia de fiebres tropicales a bordo que diezma la tripulación, para la cual no hay remedio porque las reservas de quinina habían sido consumidas por el anterior capitán. El protagonista siente como una opresión la soledad de su responsabilidad, se convierte en un ser a la vez familiar y extraño para su tripulación. Para rematar la faena, el barco entra en una zona de calma total, algo que en la época de la vela era más temido que un buen tifón. En definitiva, un barco sin tripulación ni viento, pero con un joven capitán inexperto.
La posibilidad de convertirse en uno de esos barcos fantasma, vagando a la deriva con toda su tripulación muerta, que a veces se encuentran los hombres de la mar, se hace cercana. El peligro inminente de perecer todos hace despertar el instinto marino de los tripulantes y les lleva a cooperar mucho más allá de sus mermadas fuerzas de hombres abatidos por una enfermedad tropical. La necesaria interdependencia de las personas, no como algo garantizado sino como posibilidad que puede activarse por algunas personas en algunas circunstancias, constituye el fondo optimista del mensaje de Conrad. El capitán observa admirado el temperamento y la reacción que logra provocar en aquellos hombres a su mando.
Cuando el barco consigue llegar a su destino y lanza una señal de socorro en puerto, los médicos acuden y se encuentran horrorizados con un buque fantasma tripulado por moribundos. No entienden como han podido alcanzar el puerto. Llegan gravemente enfermos, con el mástil dañado, casi sin velas. Nunca les reconocerán lo que han conseguido, pero llegan con el barco, la carga y sin víctimas mortales entre la tripulación. Nuestro protagonista ha aprendido que no se manda un barco para mayor gloria del capitán, sino por sentido de responsabilidad y de servicio a otros. Ha tenido que cruzar su línea de sombra, la que separa las ideas egocéntricas de su juventud de la reflexión de la madurez.
Muchos directivos en nuestro país habían vivido un largo periodo de bonanza, ahorrándose las experiencias extremas que son necesarias para cruzar su particular línea de sombra y extraer de ella el aprendizaje para un liderazgo maduro. Habían sido capitanes de barco que durante muchos años no habían conocido una verdadera tormenta. Este último año ha sido una travesía extrema para muchos de ellos, hombres y mujeres que han asumido responsabilidades de dirección, o que por primera vez se han encontrado con una situación de ese tipo. Casi todos han tenido que cruzar su línea de sombra. Que eso ocurra siendo un directivo experimentado o en el momento en que uno se introduce en la responsabilidad, como nuestro joven capitán, lo decide la suerte, y tampoco es una garantía de responder mejor.
Lo cierto es que han llegado también a puerto sin velas, sin reconocimiento ni gloria, sin bono, con los ingresos mermados y la cuenta de resultados afectada, experiencia inédita para casi todos. Sin embargo han traído el barco, la carga y toda o casi toda tripulación. Seguro que en el camino se habrán quedado algunos barcos. Pero todos han realizado un aprendizaje que les conducirá a un liderazgo mucho más maduro. No habremos elegido la tormenta, pero son las que hacen a los capitanes. A ellos va dirigido este artículo.